A veces, cuando estás en mitad del proceso de escritura de una novela, te das cuenta de que tu gran idea, esa que llevas meses desarrollando, está desarrollándose frente a ti en esa película de los años noventa que tienes puesta en la tele porque no hay nada mejor que ver.
Es un momento duro, no nos vamos a engañar. El que lo ha vivido lo sabe. Estás ahí, en tu día a día, escribiendo, pensando, tramando… y resulta que esa gran idea no es tuya, que ya la tuvo otra persona. Supongo que se te queda la misma cara que al incauto de Ernesto Alterio en la película.

La que duele es la primera vez, sin duda, igual que sólo se peca la primera vez, las siguientes solo son recaídas. Luego, después de unos días de asombro, te enteras de que Ronald Tobias ya dividió todas las historias en veinte tramas maestras y entonces te quedas más tranquilo. Esa sensación de alivio momentáneo dura poco tiempo porque después de un rato de calma terminas por hacerte una pregunta: ¿qué puedo decir que no se haya dicho ya?
Evidentemente, dado que el ser humano lleva contándose historias a sí mismo desde su más tierna existencia, es muy difícil no chocar con algo que ya esté dicho, algo que ya esté escrito. Pero realmente es algo que no debe importarte porque, a mi modo de ver, lo que realmente importa a la hora de crear es que tengas la necesidad de crearlo. Ya sea una novela, un cuadro, una escultura o una fotografía, lo que realmente importa es que tú quieras expresar algo. Y de ahí, de esa necesidad y de la visión del artista (permítanme el término aunque a mí me quede grande), nacerá una obra tan digna de ser admirada, escuchada o leída como cualquier otra. Y en esa necesidad, que deriva en esa particular visión, radica la valía de la obra; y a partir de ahí, la obra resonará en otros, haciendo que tu forma de expresarlo les conmueva o les aterre; les haga reflexionar e incluso les haga dudar de sí mismos. He ahí la cuestión.
Cuidado, eso no quiere decir que tu obra tenga la calidad que tú quisieras, e incluso puede que sea objetivamente mala, pero será digna de ser escuchada, de eso no hay duda.
Por eso mi consejo es que, una vez que asimiles que nunca vas a escribir nada que sea absolutamente nuevo (asúmelo cuanto antes, no te martirices), decidas que te da igual y que vas a seguir escribiendo porque te gusta y porque te divierte (como diría Coque Malla). O porque te anima y te hace distraerte; o porque te ayuda a deshacerte de esas cosas que no podrías soltar de otra manera. Hazlo por los motivos que tú tengas, pero que alguien haya escrito ya esa historia no debe detenerte porque tu visión y tu forma de contarlo son personales e intransferibles.
El quid no está tanto en qué decir, sino en cómo decirlo. A fin de cuentas, el qué (el contenido) es parafraseable. Yo le puedo contar a usted el qué de “Ulises” de 10 formas distintas en menos de 5 minutos para cada versión. Lo que no puedo contarle en absoluto es el cómo se dice ese qué, porque ese cómo (la forma) NO ES PARAFRASEABLE, es único. Por eso la literatura está en la forma. El contenido es una percha para la literatura, aunque pueda ser el núcleo para la crónica periodística o la historia o la politología.
A mandar.
Totalmente de acuerdo. Hay que buscar la forma idónea para la historia, ese es el camino.
Muchas gracias por leer y comentar.