No creo en trucos

En la enseñanza de las matemáticas, igual que pasa en ortografía, se ha extendido una práctica que me resulta bastante incómoda. Es una forma de enseñar torticera, un atajo que no lleva a ningún sitio al que no puedas llegar sin que el aprendizaje suponga mucho más esfuerzo: es la aplicación de los famosos trucos. 

Las reglas ortográficas (que son las que nos preocupan por aquí) no son tantas ni son tan complicadas, así que dominarlas está al alcance de cualquiera, y sin necesidad de usar supuestos trucos que, insisto, muchas veces son más difíciles de recordar que la propia norma que rige. 

Si aún así no conocemos (o no recordamos) la norma que se aplica a esa palabra que nos turba, siempre podremos tirar de nuestro querido internet. Yo recomiendo el blog e-lengua, pero hay muchísimos, por supuesto. Si por lo que fuera o fuese no tuviéramos conexión a la gran red y nos urgiera imperiosamente acabar esa frase, siempre podemos buscar una alternativa: ya sea otra forma de plantear la frase o un sinónimo apropiado. Ya entiendo que no es la magnífica oración que resonaba en tu cabeza, pero seguro que puedes encontrar otra fórmula para expresar tu idea.

Si vamos un poco más allá, trayendo esta idea del aprendizaje basado en atajos a la novela (aquí es donde yo quería llegar), hoy quiero hacer hincapié en los tips de escritura. Proliferan por la red los artículos, vídeos, podcasts con una ingente cantidad de consejos y trucos que seguir y líneas rojas que no debes pisar con tu escritura. Por ejemplo, ese que dice que la primera frase tiene que ser impactante o esa plantilla que te dice dónde tienes que colocar los puntos de giro de tu novela. 

No desdeño la labor de la teoría literaria, escuchar a Kurt Vonnegut o leer los cursos de Nabokov me parece enriquecedor y muy provechoso. Saber leer de una manera analítica se me antoja crucial para escribir bien. En resumidas cuentas, no desprecio la Academia, pero sí desprecio la simplificación de lo que nos enseña la teoría. 

Vladimir Nabokov

En literatura, (como en cualquier orden artístico) el análisis tiene que ir detrás de la escritura, y no por delante. Si tomamos el manido “viaje del héroe” como referencia, nuestra historia puede estar dentro de este canon, pero no está obligada a ceñirse a él; al menos no estamos obligados de antemano. Son las obras las que marcan las líneas, el análisis se limita a mostrar esas líneas, pero si una obra se sale de esos márgenes, los analistas simplemente tienen que explicarnos que lo que antes llegaba hasta un punto, ahora ha sido ensanchado. 

El espacio de la Literatura tienen que engrandecerlo los autores, no van a venir los analistas a hacerlo, porque los teóricos se mueven dentro de las obras, y si esas obras no dejan espacio suficiente para jugar, los analistas no pueden jugar. 

Por eso, todo lo que nos enseña el estudio y análisis de las obras no se puede simplificar en los seis tips que mejorarán tu escritura, título perfectamente acomodado a los gustos mayoritarios de los internautas. Tampoco se pueden reducir horas y horas de lectura intelectual (esto es, con un lápiz en la mano) a un vídeo de YouTube de seis minutos porque si lo haces de media hora al público no le gusta. No se puede quitar ni un solo minuto a una conferencia de José María Micó sobre la Comedia de Dante para aliviar al oyente, porque ir escamoteando los minutos y reduciendo los conceptos a simples consejos fugaces hará que la Literatura vaya reduciéndose en todas sus dimensiones, esto incluye la profundidad.

No quiero acostumbrarme a esta moda de simplificación y camino rápido hacia tu novela. Quiero, y voy a intentarlo, escribir lo que yo crea que tengo que escribir y como yo lo crea (sin olvidarme por ello de la teoría que nos han dado Borges, Piglia o Nabokov). No puedo prometer ensanchar los límites de la Literatura (no me creo el nuevo Joyce), pero sí prometo no empequeñecerlos siguiendo briconsejos para montar tu propia novela IKEA style.

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