El milagro de la lectura

 

Hay una comparación —algo cursi, en mi opinión— bastante extendida entre los autores de novelas: eso de que sus libros son sus hijos. Así, como símil, no me parece muy acertado por infinidad de motivos y, aunque entiendo lo que quieren decir, yo le daría una vuelta de tuerca. 

Yo diría que hay una comparación que sí me parece más acertada: la comparación sería entre el llamado milagro de la vida y el hecho en sí de la lectura de tu novela. Seamos claros, que tu novela y un lector se encuentren en el mismo espacio-tiempo es un suceso casi milagroso; es algo extraordinario a nivel interplanetario, es como una conjunción ultracósmica o algo así. Quizás el Dr. Strange vio a un lector disfrutando de tu novela en uno de esos catorce millones de futuros posibles —quién sabe, cosas más raras habrá visto el hombre—, pero a estas alturas ya se me hace difícil creerlo. 

Entre todos los óvulos lectores dispuestos a ser fecundados por una novela —en España nunca han sido muchos, hay que saberlo de antemano—, has ido a elegir la mía. De todas las novela de todos los escritores del mundo has tenido que venir a leer la mía. Y yo con estos pelos. Y mi novela con esa errata que lleva ahí desde la primera versión del primer proyecto de borrador que escribí. Una errata que lleva ahí desde que pensé esa escena justo antes de dormirme. 

Porque cuando se da la circunstancia de que alguien te lea, no te quedas ahí, tan tranquilo, no. No puedes relajarte y disfrutar del milagro de la lectura, NO. Tienes que fustigarte con la pregunta de siempre: ¿le gustará o pensará que es una soberana mie***? No te vale con que te lean, es que encima tiene que gustarles tu dichosa novelita. Lo que yo digo, unos mártires.

«Ahora la estará leyendo, Sam»

Al final, después de todo esto y después de entender que el milagro de que alguien lea tu novela sucede —como decía el personaje de Geoffrey Rush en Shakespeare in love cuando le preguntaban cómo iba a salir todo bien si aquello era un completo desastre: I don’t know. it’s a mistery—, lo único que te queda es agradecer a los lectores que le den sentido a tus novelas y celebrar el milagro de la lectura como celebramos los nacimientos año tras año. También, desde el punto de vista de lector, hay que celebrar las lecturas con las que nos cruzamos, así como nosotros celebramos a los que nos leen. Celebremos, pues, la Literatura, de la mejor forma que sabemos y podemos: leyendo y escribiendo. 

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