A la contra

(Este artículo fue publicado originalmente en la edición especial Mundial Qatar 2022 de la revista La Morada)

Tengo la sensación de que este Mundial se ha vivido a la contra. No me refiero al juego de los equipos, me refiero a cómo se ha vivido por parte de los aficionados. 

Me da la impresión, para empezar, que se nos ha obligado a tener una pasión o una bandera en este polémico Mundial. Incluso dentro de la misma selección española pareciera que había que estar o con Luis Enrique o contra él. Sé que en el fútbol es más fácil alegrarte jugando a la contra, ya que, por lógica, sólo gana uno, lo que quiere decir que fracasan todos los demás. Sé que fracasar no es el verbo  correcto, pero creo que es la forma en la que esa gente lo entiende. Sobre esto habría mucho que decir, pero ya sería otra columna. 

Volviendo a esta visión del fútbol, a la contra, cabe decir que son los periodistas futbolísticos —que no deportivos— los que intentan, de momento parece que con éxito, llevarnos a un estado pasional del fútbol que vaya más allá de su irracional naturaleza. Ya no les vale que gane una selección, necesitan, por contraposición, la humillación de otros. 

Tanto es así, que entre las peticiones de pronósticos no figuraba sólo quién iba a ser el campeón o el mejor jugador del Mundial, sino quién iba a ser la decepción en estas dos categorías. ¿En serio hay que regodearse en los jugadores y en los equipos que no triunfan?

Neymar abrazando a su compañero Rodrygo

En España, donde ya en octavos nos quedamos sin pasión positiva, parece que había que buscar a quién odiar, a quién humillar. Y así, terminaron algunos contentos por la eliminación de Vinicius y más felices aún por el fallo del pobre Rodrygo. También las lágrimas de Cristiano alegraron a alguno, seguro. Gente de poco amor al fútbol, sin duda. 

Me pregunto si es ahí donde nos quieren llevar los supuestos gurús de los ismos, los que nos dicen qué es el barcelonismo o qué es el madridismo; el sevillismo o el beticismo. Yo creo que es ahí donde ellos tienen su ganancia, en una afición desesperada por ver al vecino ahogarse. Ahí no me encontrarán a mí, ahí no me llevarán los periodistas de turno, con sus opiniones a toro pasado y desde la comodidad de su sillón. Sobran los nombres, todos sabemos quiénes son. 

No quiero un fútbol sin pasión, principalmente porque es parte natural del juego —acaso de cualquier juego— y por ello imposible de separar, pero sí quiero una pasión positiva, una alegría basada en la victoria de tu equipo y no en la desdicha del contrario. 

Por todo esto estaré siempre en contra de los que avivan el fuego de las pasiones buscando el rédito económico de sus chiringuitos. Y no se equivoquen, el día que ocurra algo grave, ellos serán los primeros sorprendidos y escandalizados, luego proclamarán su bondad y finalmente harán llamamientos a la concordia. Y, como siempre, llegarán tarde, igual que con sus pronósticos. 

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