El guardián de los pseudónimos

El cielo ya estaba encerrado en sí mismo cuando salí de la estación de Atocha, pero no empezó a descargar hasta que yo entraba por la Puerta del Ángel Caído del madrileño parque de el Retiro. Las pequeñas gotas empezaron a manchar mi abrigo, justo mientras escuchaba un mensaje de audio de una de las personas que me esperaban junto al estanque: Yo creo que nos vamos a mojar… Esto está negro, negro, negro…

La voz, grave pero amable, me era bien conocida ya que escucho su podcast literario tan pronto como publica cada capítulo. La voz de David Gómez Hidalgo nos es muy conocida a muchos de los autores que poblamos esta república de la letras independientes. 

El caso es que la lluvia se adquirió nuevos bríos, lo que me llevó a abrir mi pequeño paraguas negro. En mi camino hacia el chiringuito donde me dijo que se habían refugiado me crucé con jóvenes empapados a los que había sorprendido un chaparrón por el que nadie que no tuviese un móvil a mano hubiese apostado un par de horas antes. Algunos andaban  calados sin miedo ya a un peso mayor que el que ya soportaban sus ropas; otros corrían en busca de cobijo. 

Al fin, después de pelear con el viento que amenazaba con desmontar mi paraguas, divisé bajo un tejadillo las tres siluetas que esperaban mi llegada: David Gómez Hidalgo, Sonia Flores y Muriel, su adorable hija. 

Estaba yo ante una desvirtualización muy esperada ya que tengo por David un especial cariño (extensivo a su familia) por ser la persona que se atrevió a publicar mis primeros relatos en sus antologías negrocriminales. También es un tipo con un criterio literario muy fino, como puede verse en sus reseñas, y con un cariño por este mundo de las letras que no se cansa de demostrar. 

Dadas las adversidades climatológicas, decidimos buscar cobijo en un bar (cómo no) y tomar unas cervezas. 

La charla fue muy agradable y amena. La conversación no hizo más que asentar lo que ya sabía de David, que es un hombre amable y cercano, un hombre sincero. 

Fruto de esa amabilidad y de su predisposición a la ayuda de todo el que se lo pide tiene su agenda repleta de contactos de autores y editores. Me contó anécdotas y situaciones muy curiosas y me dejó sorprendido con su conocimiento de los pseudónimos que usan algunos para dar rienda suelta a sus otras facetas literarias. Al no desvelarme ningún nombre, me dejó ciertamente intrigado. Por eso, después de hacernos las fotos de rigor y despedirnos en la puerta del bar, no pude dejar de pensar en esos pseudónimos (uno en concreto me tiene loco, pero lo averiguaré) y en el quién es quién de las letras. 

Sentado ya tranquilamente en el tren, escuchando la entrevista a Pérez Reverte que el mismo David me recomendó, no pude evitar imaginarme una libreta negra guardada en una pequeña caja fuerte que se abre con una llave que debe de llevar el bueno de David colgada de su cuello. Me lo imagino abriendo el sagrado contenedor, cogiendo la libreta con esas manos grandes que tiene y abriéndola por la página donde está la última entrada anotada. Entonces, con el penúltimo pseudónimo descubierto, rellena con cuidado los campos PSEUDÓNIMO y NOMBRE REAL de un nuevo autor o autora y los mira a través de sus gafas. Sonríe, con una maldad sana (la única maldad que parece manejar), mientras piensa en la siguiente presa, en el siguiente nombre. Entonces me imagino que devuelve la libreta a su lugar con la liturgia correspondiente a algo tan sagrado y cierra la puerta asegurando así los secretos que le han sido encomendados. Luego, imagino que vuelve a su escritorio y comprueba en el ordenador si hay algún correo electrónico de algún escritor o editor que necesite su ayuda.

Así me imagino el día a día de este guardián de los pseudónimos, un hombre al que le puedes confiar con total tranquilidad tu identidad secreta. 

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