Félix Molina
Como ya habéis visto en otras entradas de este blog, este año tengo intención de camelar a algunas personas para que nos traigan su particular visión de lo que les dé la gana.
Este mes, la firma invitada es la de un notable escritor al que conozco (cómo no), por Twitter. Su nombre es Félix Molina, es sevillano y es autor de, entre otras, la novela Poe no ha muerto. Su blog es un auténtico pozo de cultura donde entran el cine, los cómics y, por supuesto, la buena literatura. Aquí puedes comprobarlo por ti mismo.
Félix nos trae un relato que él mismo me explica que le he inspirado. No sé por qué extraña razón, a Félix mi nombre le conduce por los derroteros del crimen. No sé, juzguen ustedes mismos el relato que nos propone.

El discurso del método
El cómo matar a Julia lo leí en un libro de la sección Literatura Clásica y Otros, departamento Libros y Regalos, planta sótano de unos grandes almacenes. Más que unos grandes almacenes, verdaderamente, se trataba de un edificio parásito, que en tiempos disfrutó de un cierto prestigio y ahora solo se dedicaba a la venta de saldos. Seguramente el libro pertenecía a otra sección (¿cuál?), pero esta incursión del azar no justifica mis actos posteriores. Tampoco es justificación suficiente que el precio del libro estuviese rebajado a la mitad (una etiqueta con los dígitos gastados cubría el precio original).
Ni que, arrastrado por el solapamiento y la inopinada devaluación de esta rebaja, decidiese robarlo. Aproveché el cambio de turno de los dependientes auxiliares, la ejecución de las mínimas rutinas que provocan las habituales distracciones, mientras un ejército diseminado de curiosos desdeña las advertencias de los múltiples rótulos que obligan a consultar al dependiente, a no tocar bajo ningún concepto la mercancía, sea un libro o un repuesto de moquetas.
Ya en el autobús, hermanado con los muchos compradores que tomaban esa línea hacia no se sabe dónde, apenas reparé en los primeros párrafos, en las primeras instrucciones. Aún parecía bajo la influencia de los sucesos del viernes, todavía creía adivinar alguna acusación en las miradas fuera de órbita de quienes habían adquirido un nuevo disco compacto para apilarlo en algún escenario imprevisto (acaso el dormitorio de una próxima víctima, regalo furtivo de un amante o un padre), de quien acaso proyectaba el corte de un vestido que se mancharía de sangre en los ecuménicos retales de tela barata. Hacia la cuarta parada, bajé la vista y pude ver los primeros caracteres, pero la excesiva circulación de viajeros —ahora dejábamos atrás un hospital bastante feo— me impedía descifrar las palabras. Me distraje con el rostro y los huesos hermosamente delgados de una por quien sentí unos inmensos deseos de matar. Una parada después le ofrecí mi asiento a otra que iba para anciana y que no me lo agradeció. Me bajaba en la próxima, sin que hubiese advertido de ello al conductor mediante el enojoso dispositivo de la luz y el discreto campaneo conectados al botón de un timbre donde ya casi no podía leerse stop… No caminaba. Pero mis pasos me llevaban hasta el bloque de pisos idénticos donde podían leerse cien vidas iguales, sin más modificación que las escasas circunstancias (una muerte atroz, un amor imprevisto).
Cuando atravesé el umbral sentí que todo permanecía en el mismo desorden del viernes a esa hora, como en un apaciguamiento del caos, como si la entropía no hubiese querido perturbar cada uno de los detalles de esa noche. Fue la ignorancia de esas cuarenta horas sin saber de mí, de mis correteos por una ciudad que acababa un verano demasiado caluroso para empezar no se sabía bien qué otoño, lo que me dio más lástima de ese rostro que me apuntaba, con los ojos aún abiertos. Con gran cuidado, como si fuese el marido que no quisiera despertar a su joven esposa, me acomodé a los pies del flanco de la cama donde una mano sin vida se tendía al aire. Solo entonces pude empezar a leer el libro donde se contaba cómo matar a Julia.
Gran relato.
Muchas gracias, Ángel, por pasarte por el blog y por comentar.
Y gracias de parte de Félix también
Perturbador